lunes, 12 de agosto de 2013

CRÓNICA SANTANDER MUSIC 2013




Confirmado: el Santander Music es un festival para anotarlo en la agenda y la Magdalena es un lugar para quedarse a vivir, donde la música suena a gloria. En lo que respecta a la edición de 2013 tuvo como ganadores (una de las cosas buenas, pero crueles, de los festivales es que hay vencedores y vencidos) a Lori Meyers, Keane y Calvin Harris, aunque cada uno en su nivel.
Lo primero que nos encontramos nada más llegar al recinto fue el típico ritmo de los Dorian; cuyo concierto no tuvo todo el punch que debería haber tenido. Tampoco consiguieron la correcta conexión con el poquito público que se acercó al escenario a la hora que actuaban. Prueba de ellos fueron los innumerables intentos fallidos de conseguir el acompañamiento de los asistentes en los estribillos (ni siquiera con “Cualquier otra parte”). Siguen siendo unos chicos que caen bien pero que no logran ser el grupo favorito de nadie. Eso sí, hacían las veces de teloneros de lujo y, mirándolo de ese modo, resultaba todo más ameno.
Virginia Díaz (Radio 3, 180 Grados) pinchaba entre concierto y concierto pero el viernes, ya caída la noche, todo el mundo esperaba a Keane, y no defraudaron. No obstante, había algo raro. No siempre todo se puede valorar según las reglas establecidas. La musica no sólo son siete notas y saberlas tocar de maravilla. La banda inglesa liderada por Tom Chaplin sonó demasiado perfecta. Demasiado pulcra para la audiencia, para el jaleo, para uno de estos festivales canallas. Se echaron de menos unas cuantas dosis de gamberrismo. La voz de su líder, resplandeciente en todo momento, y solo dejando cantar al público (eso de lo que tanto abusan muchos vocalistas) en dos breves tramos de la parte final del show, marcó la pauta de la puesta en escena de una formación que quiere volver a enamorar como en sus dos primeros discos, lo cual es bastante complicado. Keane gustó, y mucho, a pesar de la desubicación. Y puede que incluso aprovecharan esto último para fidelizar a centenares de nuevos fans. “Everybody´s changing”, “Somewhere only we know” e “is it any wonder”, quedaron, para siempre, en la memoria colectiva de la ciudad y del festival.
“Stop that music. Stop that shit of music” (“Paren esa música. Paren esa mierda de música”). Estas fueron las primeras palabras de Calvin Harris en el escenario principal. Hacían referencia a las últimas canciones de la sesión de Virginia Díaz en el escenario de los djs, que seguían sonando mientras el escocés ya desplegaba sus proyecciones. Lo siguiente que dijo fue, “Hello Santander, my name is Calvin Harris”, y, tal y como aseguró alguno de los presentes, poco después empezó a temblar el suelo y aquello se convirtió en una mezcla entre rave y campo de batalla. Hay gente que no recuerda nada más. El apisonador juego de luces, nieblas y resplandores, por encima y por debajo de su figura, dejaba en volandas la mesa de mezclas y a él, como capitán del navío, avistando todas las playas de la bahía. Fue vibrante ver cómo su arrogancia luchaba como gato panza arriba contra todos aquellos que siguen situándole por detrás de David Guetta. Calvin Harris, que a priori se ríe y se lo pasa bien con Guetta, está deseando sacarle de ventaja mucho más de la cabeza que le saca de altura.
Nuestro sábado, todavía con los oídos taponados, lo abrieron los mallorquines L.A., en una actuación que parecía mucho más seria que la de Dorian el viernes. Gran frontman, gran guitarrista, gran trabajo, buenas vibraciones. El único pero es el de siempre, el que repetimos hasta la saciedad, desde Arizona Baby hasta las nuevas cantautoras: qué lástima que no canten en español. Porque nos merecemos escuchar su álbum “Dualize” en castellano. Porque estos chicos no han teloneado a Franz Ferdinand, Arcade Fire y Muse por casualidad. Porque son nuestros pero deberían serlo un poquito más (mi patria es mi lengua, que diría Pessoa).
Dover también cantan en inglés, pero eso ya nos da un poco igual. Aquello era una moda. Ahora están reviviendo los tiempos de gloria, cuando sus discos corrían de mano en mano y volaban de las tiendas. Están cosechando, no todo va a ser para los nuevos grupos indies. El concepto, hay que reclacarlo, está demasiado explotado y la idea de este concierto nace ya con una forzada nostalgia que no juega de su parte, pero lo que nadie les niega es que se dejaron la piel en las tablas y que los primeros que disfrutaron de la actuación fueron ellos, lo cual es siempre signo de éxito. Repasaron casi la totalidad de su aclamado “Devil came to me”, que acaba de cumplir quince años, y metieron más decibelios que nunca, como queriendo demostrar a los chavales de las nuevas bandas que ellos también saben tocar duro. Como si hacer más ruido significara tocar más duro.
Llegando al final y como otro de los puntos álgidos del fin de semana, saltaron al ruedo los Lori Meyers. Los granadinos tardaron cuatro canciones en calentarse, hasta que tocaron “Planilandia”, ¡pero vaya si se calentaron! Se excitaron, podría decirse. Les subió la bilirrubina. Todo saltó por los aires. Su pop sencillo (sí, amigos, lo difícil sigue siendo hacerlo fácil) cada vez llega más directo a una tropa de fans que va desde la temprana adolescencia hasta los cuarentones, o casi. Bordan clásicos como “Dilema” y dignifican la profesión con nuevas ideas como “El tiempo pasará” (otra del nuevo disco, “Impronta”, esta vez con ayuda de Annie B Sweet). Por cierto, esta canción tiene una deliciosa versión acústica rulando por Youtube. El apoteósico final, sin camiseta, claro, y con “Alta fidelidad” dedicada a Mariano Rajoy, sació por completo y cerró una actuación soberbia, certificando que estos granadinos son cada vez más rentables sobre el escenario.
Como todo festival, aunque este sea humilde pero honesto, hubo más bandas y más djs, pero con lo que abarcamos nos fuimos satisfechos y con ganas de volver el próximo año. La gente, mientras tanto, hacía cola para comprar vinilos en la tienda de merchandising. Y ese olor del plástico negro es insuperable.

Víctor David López

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